
Hasta ahora, los únicos ejemplares de seres vivos disponibles para estudio son los que habitan nuestro planeta, y nadie puede atreverse a dudar que sean indiscutiblemente orgánicos. De hecho, la misma definición del término “orgánico” está formulada especialmente para abarcar todas estas formas de vida. Todos los seres vivos terrestres, sin excepción, están compuestos de moléculas pertenecientes a un grupo denominado “compuestos de carbono”. Esto predispone a pensar que es imposible que partículas de polvo inorgánicas flotando en el espacio puedan considerarse vivas, pero este equipo de científicos ha encontrado las pruebas que harán cambiar de idea a más de uno. Se trata de un tipo de partículas inorgánicas de la clase que compone el llamado “polvo espacial”, que bajo las condiciones adecuadas pueden organizarse para dar lugar a estructuras que recuerdan la doble hélice de nuestro ADN.

Cuando las cargas dentro del plasma cumplen las condiciones mencionadas, las partículas se unen unas a otras, formando una especie de estructuras helicoidales, que son muy similares a las hebras que componen la hélice doble del ADN. Estos pequeños hilos, al estar cargados eléctricamente, se unen entre sí adhiriéndose unos a otros. Lo interesante del caso es que, además, experimentan una serie de cambios que se creían exclusivos de las moléculas biológicas, como el ADN o las proteínas. Las hebras inorgánicas también son capaces de dividirse formando dos copias idénticas a la estructura original. Estas copias, a su vez, heredan la capacidad de dividirse y también pueden interactuar e inducir cambios en sus vecinos, “evolucionando” hacia estructuras más complejas y estables.
La cuestión de fondo es, obviamente, si debemos considerar que estas estructuras de polvo espacial están vivas o no. Para Tsytovich “no caben dudas” de que lo están. Disponen de todas las cualidades necesarias para ser calificadas como “materia inorgánica viviente”: son autónomas, se reproducen y evolucionan. Si estos científicos están en lo cierto, y todo parece indicar que lo están, podríamos estar rodeados de formas de vida basadas en nubes de polvo interestelar. Se trata de una posibilidad que ha sido más o menos frecuente en el mundo de la ciencia ficción, y cuya primera mención puede ser la obra de 1957 del astrónomo Fred Hoyle titulada “The Black Cloud” (La nube negra) cuya lectura recomendamos. ET, finalmente, podría parecerse más a una tormenta de arena que al monstruo casi indestructible de Alien. Sigourney Weaver ya respira más tranquila.
Fuente: Neoteo
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