Un estudio reciente realizado por el economista de la University of Southern California, Richard Easterlin, ha demostrado que la llegada del capitalismo a los países del Bloque del Este no ha supuesto un aumento de la satisfacción general de los ciudadanos de estas naciones. Más bien al contrario: el análisis de las encuestas realizadas al respecto han revelado que la gente es allí, hoy por hoy, más infeliz que nada más caer el Telón de Acero. Parece que los cambios políticos ni el aumento del nivel de vida importan más que cuestiones como la salud, la familia o la profesión, para asegurar la satisfacción vital de los ciudadanos. Por Yaiza Martínez.
El bienestar inicial que pudieron vivir aquellos países que se vieron directamente afectados por la caída del Telón de Acero ha dado paso a un declive de la satisfacción laboral, social y familiar, revela un nuevo estudio. Esta investigación, cuyos resultados aparecerán publicados en agosto de 2009 en el Journal of Economic Behavior and Organization, bajo el título "Lost in Transition: Life Satisfaction on the Road to Capitalism" (Perdidos en la transición: Satisfacción vital en el camino hacia el capitalismo) ha permitido comprender mejor la relación entre felicidad y democracia, así como averiguar si las preocupaciones económicas tienen más impacto que las reformas políticas en el bienestar subjetivo.
Según declaraciones del autor del estudio, el profesor de la University of Southern California (USC) de Estados Unidos, Richard Easterlin, “aunque es normal suponer que estas cuestiones son de enorme interés –algunos podrían decir que incluso son de un interés fundamental, puesto que implican comparar capitalismo y socialismo-, lo cierto es que han recibido poca atención dentro de la voluminosa literatura sobre las economías de transición”.
No depende de la política
Según explica la USC en un comunicado, Easterlin analizó la satisfacción vital de las personas en treinta países del llamado Bloque del Este (entre otros Bulgaria, Rumanía, Hungría, Polonia, Albania o la Unión Soviética), utilizando datos de una serie de fuentes, en especial de la World Values Survey.
Los países del Bloque del Este aparecen por vez primera en una encuesta a gran escala en el año 1989, cuando a una población representativa de cada país se le pidió que evaluara “la vida actual, como un todo” en una escala del 1 (insatisfecho) al 10 (satisfecho).
Encuestas anteriores y posteriores a la caída de la Unión Soviética en 1991 habían hecho similares preguntas sobre aspectos específicos de la vida, como el trabajo, la salud y el nivel de vida, y sobre “la forma en que funcionaba la democracia de cada país”.
“Cabría esperar que la disolución de los estados policiales y el incremento de los derechos civiles y políticos en muchos de los países en transición hubiesen aumentado la satisfacción vital”, explica Easterlin.
Sin embargo, a partir del análisis realizado el investigador descubrió que “la condiciones económicas y sociales adversas han superado al impacto de la política sobre el bienestar subjetivo”.
De hecho, los datos demuestran que, al ser preguntados por sus fuentes de bienestar, los individuos raramente mencionan las circunstancias políticas de su país. En lugar de eso, ponen en primer lugar aquellas preocupaciones que ocupan casi todo su tiempo, sobre todo las de ganarse la vida, la familia y la salud.
Aumentan los síntomas de estrés social
Por otro lado, los resultados del estudio revelan que la tendencia en la satisfacción global con la democracia es en realidad ligeramente negativa, si se compara con la tendencia a la felicidad registrada al caer el Telón de Acero.
Esta diferencia entre una y otra época no sería significativa desde el punto de vista estadístico, asegura Easterlin, pero lo cierto es que menoscaba el argumento de aquellos especialistas que aseguran que la democratización ha aumentado notablemente la felicidad de la población de estos países.
De hecho, el estudio apunta a que la satisfacción con el trabajo, el cuidado de los niños y la salud se ha visto reducida significativamente durante la transición del socialismo al capitalismo. Este hecho se está reflejando en un marcado aumento en los síntomas de estrés social en los países analizados: aumento de tasas de divorcio, de tasas de suicidios, de violencia doméstica o del alcoholismo y de consumo de drogas, señala Easterlin.
Sólo hay un aspecto particular de la vida de los habitantes de estos países con el que éstos están mucho más satisfechos tras la caída de la Unión Soviética: sus circunstancias materiales. Ahora tienen un nivel de vida más alto, con un mayor acceso a bienes y mejores condiciones.
Sin embargo, advierte Easterlin, la contribución positiva a la satisfacción vital que ha supuesto la mejora de la situación material se ha visto superada por otras contribuciones negativas del proceso, como la pérdida de la seguridad en el empleo, la ausencia de atención sanitaria o la pérdida de las pensiones para la tercera edad.
Coste humano
En todo este proceso de transición también han aumentado las diferencias en la satisfacción vital entre diversos grupos de población, en función sobre todo de las edades y de la educación de los ciudadanos.
Así, por ejemplo, las personas con menores niveles de educación y los mayores de 30 años que desarrollaron sus carreras profesionales bajo el sistema socialista, tienden mucho más a la insatisfacción con la vida en el capitalismo que los adultos más jóvenes.
Las personas maduras, por su parte, han de hacer frente a la disminución de las pensiones de jubilación, y también al aumento de las tasas de desempleo. En cuanto a las diferencias por sexo, se registraron descensos iguales en hombres y mujeres en lo que respecta a la satisfacción vital.
Para Easterlin, el coste humano de la transición ha sido enorme, al igual que el impacto de los cambios en las vidas personales de la gente y en su bienestar. Así, mientras que los niveles de satisfacción vital se habían recuperado un poco en 1999, las evidencias recopiladas en la investigación sugieren que ni siquiera en 2005 se había alcanzado aún los niveles de satisfacción vital de la pre-transición.
Y eso a pesar de que, en esa fecha, el Producto Nacional Bruto de los países estudiados se había incrementado en un 25% de media, con respecto a la época del colapso de la Unión Soviética.
La Paradoja de Easterlin
Los resultados de esta investigación redundan en lo planteado por la Paradoja de Easterlin, que es un concepto que pone en cuestión la teoría tradicional económica que afirma que cuanto mayor sea el nivel de ingresos de un individuo, mayor será su nivel de felicidad.
Postulada por el propio Richard Easterlin en 1974, surgió a raíz de la comprobación de que el nivel medio de felicidad que los sujetos dicen poseer no varía prácticamente entre los países ricos y pobres.
Asimismo, el científico descubrió entonces que, aunque los ingresos por persona habían aumentado de manera significativa en los Estados Unidos entre 1946 y 1970, el nivel de felicidad informado por los ciudadanos de este país mostró una tendencia de cambio homogénea, acorde con este crecimiento económico.
Esta teoría sugería, por último, que las políticas gubernamentales, una vez que las necesidades primarias están cubiertas, deberían centrarse en aumentar la satisfacción de los individuos, actuando sobre la Felicidad Interna Bruta, y no en el crecimiento económico.
Según declaraciones del autor del estudio, el profesor de la University of Southern California (USC) de Estados Unidos, Richard Easterlin, “aunque es normal suponer que estas cuestiones son de enorme interés –algunos podrían decir que incluso son de un interés fundamental, puesto que implican comparar capitalismo y socialismo-, lo cierto es que han recibido poca atención dentro de la voluminosa literatura sobre las economías de transición”.
No depende de la política
Según explica la USC en un comunicado, Easterlin analizó la satisfacción vital de las personas en treinta países del llamado Bloque del Este (entre otros Bulgaria, Rumanía, Hungría, Polonia, Albania o la Unión Soviética), utilizando datos de una serie de fuentes, en especial de la World Values Survey.
Los países del Bloque del Este aparecen por vez primera en una encuesta a gran escala en el año 1989, cuando a una población representativa de cada país se le pidió que evaluara “la vida actual, como un todo” en una escala del 1 (insatisfecho) al 10 (satisfecho).
Encuestas anteriores y posteriores a la caída de la Unión Soviética en 1991 habían hecho similares preguntas sobre aspectos específicos de la vida, como el trabajo, la salud y el nivel de vida, y sobre “la forma en que funcionaba la democracia de cada país”.
“Cabría esperar que la disolución de los estados policiales y el incremento de los derechos civiles y políticos en muchos de los países en transición hubiesen aumentado la satisfacción vital”, explica Easterlin.
Sin embargo, a partir del análisis realizado el investigador descubrió que “la condiciones económicas y sociales adversas han superado al impacto de la política sobre el bienestar subjetivo”.
De hecho, los datos demuestran que, al ser preguntados por sus fuentes de bienestar, los individuos raramente mencionan las circunstancias políticas de su país. En lugar de eso, ponen en primer lugar aquellas preocupaciones que ocupan casi todo su tiempo, sobre todo las de ganarse la vida, la familia y la salud.
Aumentan los síntomas de estrés social
Por otro lado, los resultados del estudio revelan que la tendencia en la satisfacción global con la democracia es en realidad ligeramente negativa, si se compara con la tendencia a la felicidad registrada al caer el Telón de Acero.
Esta diferencia entre una y otra época no sería significativa desde el punto de vista estadístico, asegura Easterlin, pero lo cierto es que menoscaba el argumento de aquellos especialistas que aseguran que la democratización ha aumentado notablemente la felicidad de la población de estos países.
De hecho, el estudio apunta a que la satisfacción con el trabajo, el cuidado de los niños y la salud se ha visto reducida significativamente durante la transición del socialismo al capitalismo. Este hecho se está reflejando en un marcado aumento en los síntomas de estrés social en los países analizados: aumento de tasas de divorcio, de tasas de suicidios, de violencia doméstica o del alcoholismo y de consumo de drogas, señala Easterlin.
Sólo hay un aspecto particular de la vida de los habitantes de estos países con el que éstos están mucho más satisfechos tras la caída de la Unión Soviética: sus circunstancias materiales. Ahora tienen un nivel de vida más alto, con un mayor acceso a bienes y mejores condiciones.
Sin embargo, advierte Easterlin, la contribución positiva a la satisfacción vital que ha supuesto la mejora de la situación material se ha visto superada por otras contribuciones negativas del proceso, como la pérdida de la seguridad en el empleo, la ausencia de atención sanitaria o la pérdida de las pensiones para la tercera edad.
Coste humano
En todo este proceso de transición también han aumentado las diferencias en la satisfacción vital entre diversos grupos de población, en función sobre todo de las edades y de la educación de los ciudadanos.
Así, por ejemplo, las personas con menores niveles de educación y los mayores de 30 años que desarrollaron sus carreras profesionales bajo el sistema socialista, tienden mucho más a la insatisfacción con la vida en el capitalismo que los adultos más jóvenes.
Las personas maduras, por su parte, han de hacer frente a la disminución de las pensiones de jubilación, y también al aumento de las tasas de desempleo. En cuanto a las diferencias por sexo, se registraron descensos iguales en hombres y mujeres en lo que respecta a la satisfacción vital.
Para Easterlin, el coste humano de la transición ha sido enorme, al igual que el impacto de los cambios en las vidas personales de la gente y en su bienestar. Así, mientras que los niveles de satisfacción vital se habían recuperado un poco en 1999, las evidencias recopiladas en la investigación sugieren que ni siquiera en 2005 se había alcanzado aún los niveles de satisfacción vital de la pre-transición.
Y eso a pesar de que, en esa fecha, el Producto Nacional Bruto de los países estudiados se había incrementado en un 25% de media, con respecto a la época del colapso de la Unión Soviética.
La Paradoja de Easterlin
Los resultados de esta investigación redundan en lo planteado por la Paradoja de Easterlin, que es un concepto que pone en cuestión la teoría tradicional económica que afirma que cuanto mayor sea el nivel de ingresos de un individuo, mayor será su nivel de felicidad.
Postulada por el propio Richard Easterlin en 1974, surgió a raíz de la comprobación de que el nivel medio de felicidad que los sujetos dicen poseer no varía prácticamente entre los países ricos y pobres.
Asimismo, el científico descubrió entonces que, aunque los ingresos por persona habían aumentado de manera significativa en los Estados Unidos entre 1946 y 1970, el nivel de felicidad informado por los ciudadanos de este país mostró una tendencia de cambio homogénea, acorde con este crecimiento económico.
Esta teoría sugería, por último, que las políticas gubernamentales, una vez que las necesidades primarias están cubiertas, deberían centrarse en aumentar la satisfacción de los individuos, actuando sobre la Felicidad Interna Bruta, y no en el crecimiento económico.
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